Tarsus, All you need is wine
Ya hace tiempo que empezó el verano. Y mientras muchos lo inauguraban con selfies de pies en las playas, mi primer día estival estuvo marcado por la lluvia. Un pequeño detalle que no logró empañar una de las noches de San Juan más bonitas de mi vida. Quizás haya sido el milagro del vino, porque mis deseos se quemaron en una hoguera en la Ribera de la Duero, más concretamente en las Bodegas Tarsus. Seguir leyendo…
Sí, llovía, pero allí estábamos todos dispuestos a disfrutar de la experiencia desde el primer momento. Y parte de eso tuvo que ver con la calidez con la que fuimos recibidos y la buena energía que se generó entre nosotros. Así que, enfundados en delantales, gafas, sombreros y guantes, nos adentramos entre los viñedos mientras nos enseñaban a quitarle los nietos a las viñas. Yo, por si acaso, no metí mucha mano. Me daba miedo cargarme la felicidad futura de mucha gente y, además, todo era tan bonito que no podía parar de hacer fotos. Pero el vino es un mundo en sí mismo, así que después fuimos hacia las bodegas y la sala de barricas para seguir descubriendo los secretos de los tres vinos de Tarsus: Crianza, Reserva y Roble.
A partir de ahí, todo fueron catas: sensoriales y a ciegas (debo confesar que no acerté ninguna). Y luego empezó lo bueno, porque la magia del vino iba surtiendo efecto. Más aún cuando se disfruta con los productos típicos de la zona. Pues sí, os imagináis bien: quesos, chorizos, morcillas y posiblemente las mejores costillas de lechal que haya comido en mi vida. Entonces la mesa volvió a reunir lo que la tierra mojada y su aroma ya habían reunido y las conversaciones se extendieron al ritmo del vino, mientras veíamos caer la lluvia por los grandes ventanales de la sala. Y sí, una tarde así amerita siesta, pero el descanso duró poco. Porque aún quedaba lo mejor: una cena exquisita –decir que iba acompañada de buen vino está de más, ¿verdad?-, dulces, champagne, copazos y un conciertazo de The Wine Makers. Supongo que todo eso ya es suficiente para que os imaginéis que acabamos bailando hasta bien entrada la madrugada. Pero era la noche de San Juan y había que quemar deseos. Había que tomarse un momento para soltar eso que nos amarra y dar la bienvenida a lo bueno… Seguro que no me equivoco si apuesto a que muchos de los que estaban allí escribieron en su papelito poder volver a repetir una noche como esa.
Gracias totales a todo el equipo Tarsus -Marian, Teresa, Amaya, Marta, Xavier-, a los compañeros de vinos, charlas y bailes y, especialmente, a Jone y Rocío por invitarme a formar parte de este viaje inolvidable.
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