Un Nápoles muy golfo
Una italia en vertical: la costa amalfitana

Leí hace poco una frase que decía “En libertad todo es posible y nada es obligatorio”. Tras mi primer viaje a Nápoles sentí algo muy similar, creo que allí (casi) nada está prohibido y que todo es (bastante) posible. Una libertad que toma la forma de desorden y de caos. Nápoles (y toda la costa amalfitana) es color, es mar, es jolgorio, bullicio, ruido, música, folklore…y, por supuesto, como Italia en sí misma, es comida.
Se suele decir “Vedi Napoli e muori”, o lo que es lo mismo, Ve Nápoles y muere. Desde luego, sobrevivir en el casco histórico es un auténtico reto, teniendo en cuenta que en cada calle te asalta una motocicleta conducida por alguien sin casco. De todas formas, este caos intrínseco le da latido, ritmo y pulso a una ciudad siempre viva. Otro gallo canta cuando paseamos por la Vía Marina (paseo marítimo) hasta Chiaia y Posillipo. Frente al mar, la cosa cambia, encontramos la paz y de fondo nos acompaña en todo momento la figura del volcán Vesubio.
La propia ciudad es un símil de uno de sus símbolos más conocidos: la típica máscara napolitana de Pulcinella. Pulcinella significa “pobre”, alguien ingenuo e inexperto. Pero detrás de esa apariencia de tonto el personaje esconde una realidad opuesta, la de alguien con muchos recursos y la virtud de salirse con la suya frente a situaciones complicadas. Nápoles no es lo que vemos a simple vista y el napolitano no es lo que parece, por lo que la sorpresa está asegurada.
Además de los lugares típicos a visitar como la Piazza del Plebiscito, la Galleria Umberto I, el Castel dell’Ovo, el Castel Nuovo, San Gennaro o la Vía San Gregorio Armeno; hay una maravillosa obra de arte que merece una visita obligada, el Cristo Velato. Una escultura tallada en mármol por el artista Giuseppe Sanmartino que se conserva en la capilla Sansevero. Su delicadeza, la transparencia del velo encima del cuerpo tallado en la piedra y la fuerza del gesto es, sin duda, algo que se debe ver en directo.
A partir de ahí, Nápoles pide comérselo a trozos. Una de las mejores pizzas se puede tomar en Palazzo Petrucci. Además, es el único local de la ciudad donde podréis tomar un Bloody Pizza (reversión de un bloody mary). Se encuentra muy cerca de la capilla Sansevero y recomendamos reservar mesa en el rooftop. La mejor pasta la encontraréis en Casa Buonocuore, una típica taberna napolitana llevada por una familia local. El pescado frito es otra especialidad del lugar. En European Mattozzi se puede disfrutar de un típico restaurante clásico con todo tipo de platos de temporada, capitaneado por un matrimonio mayor que recibe a cualquier cliente con el corazón y una sonrisa. Si no sois de clásicos, algunas nuevas opciones en la ciudad son Luminist Café, el restaurante de la Gallerie d’Italia, un local impecable (se agradece cuando uno está inmerso dentro de tanto caos) ubicado en la calle Toledo. Por cierto, otra parada obligatoria es la estación de tren Via Toledo donde observar su arquitectura subterránea. Subiendo la misma calle Toledo hasta Galleria Principe di Napoli, encontramos otros dos musts: Spazi Volta, un bar nuevo donde tomar un aperitivo y algunos platillos (las polpette con ragú son plato estrella) y Scotto Jonno, una coctelería delicada donde disfrutar de un copazo y cuatro platos bien hechos, ubicada en el interior de las mismas Galerías.
Desde Nápoles, como campo base, el resto de días lo ideal es escaparse a visitar los pueblos más significativos de la Costa Amalfitana. Hay salidas en coche o en transfers de grupos reducidos a Sorrento, Positano, Amalfi y Ravello. De todas formas, sin duda, la mejor opción para evitar aglomeraciones es por mar. Nada mejor que surcar las aguas del Mar Tirreno para observar, de frente, los pueblos verticales más bellos del sur de Italia. Muchos de ellos, escenarios de grandes clásicos del cine. Si paráis en alguno de ellos, es obligatorio un helado o sorbete de limón o un shot de limoncello elaborado con los limones cultivados a lo largo de toda la costa.
En este viaje, cómo no, es clave visitar Pompeya. Pompeya y Herculano fueron dos ciudades sepultadas por la lava del Vesubio en el año 79. Visitarlas es volver al pasado, revivir un paseo por sus calles, observar sus casas y edificios e imaginar cómo debía ser la vida entonces, antes de que el magma “fosilizara” todo aquello que vemos (incluidos sus habitantes), ahora rescatado y mantenido en perfecto estado de conservación.
En nuestro último día quisimos disfrutar de la vida isleña. Optamos por la más pequeña, y menos conocida, de las tres islas. Descartamos Capri e Isquia, y pusimos rumbo a Procida. Una isla de cine y literatura (ya que ha sido escenario de varias películas), salpicada por pequeños pueblos de pescadores con (de nuevo) casitas de colores vivos. Con cuatro kilómetros cuadrados, Procida es la isla más pequeña del Golfo de Nápoles y, seguramente por ello, es la menos visitada y la más mágica y pintoresca.
Rincones que no os podéis perder en Procida: subir a la Plaza de los Mártires por la Vía Príncipe Umberto para visitar Terra Murata y Marina Corricella (la mejor panorámica la encontraremos en uno de sus miradores). Nosotras, elegimos visitar la isla para, evidentemente, disfrutar de sus playas. Optamos por la playa de Lido, muy cerca de la Reserva Natural de Vivara, y comimos allí mismo. En el restaurante Lido Vivara, en su terraza a pie de playa, frente un mar de color azul intenso. Nada mejor que la soledad de una isla y de la frecuencia y la energía que solamente se percibe estando rodeados de agua por cada costado.
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