Damien Hirst y su tesoro en Venecia
Tesoros de un naufragio increíble

Para entender este capítulo tenéis que entender primero una parte de la historia que os vamos a contar. Érase una vez, hace 2.000 años, en la época del Imperio Romano, existió un grandioso hombre llamado Cif Amotan II que, tras liberarse de la esclavitud, se convirtió en un rico comerciante y coleccionista de arte. Cuentan que sus fortunas no tenían límites e impresionaban a todo aquel que tenía el placer de conocerlas: joyas de diamantes, esculturas de mármol, monedas de oro, y todo lo que os podáis imaginar.
Cif Amotan II viajaba por todo el mundo para que la gente conociera sus riquezas con la mala suerte de que en uno de sus viajes, el barco en el que viajaba naufragó en mitad de una gran tormenta. Todos sus tesoros acabaron en el fondo del mar sin que él pudiera hacer nada para evitarlo, y permanecieron allí durante muchos, muchos años. No obstante, en 2008 y tras años de búsqueda, un equipo localizó este gran tesoro en las costas de África y todas sus joyas fueron rescatadas y sacadas del mar después de 2.000 años de historia.
Ahora que ya sabéis la historia, para seguir entendiendo este capítulo tenéis que entender otra cosa: este cuento en realidad nunca existió. Es la fantástica historia que ha creado el artista británico Damien Hirst para dar luz a la exposición de arte más cara del mundo. Treasures from the Wreck of the Unbelievable (Tesoros del naufragio de lo ‘Increíble’ ) es una obra maestra que junta las líneas entre realidad y ficción a través de 5.000 metros cuadrados entre el Palacio Grassi y el Museo de la Punta de la Dogana, en Venecia. Le ha costado 10 años de preparación y está compuesta por 189 impresionantes piezas recubiertas de algas y objetos marinos que en todo momento te abducen en la fantástica historia de Hirst haciéndote plantear una y otra vez si realmente existió.
Una genialidad que alterna auténticas obras de arte, como la impresionante escultura de 18 metros de un demonio descabezado que luce en el salón principal del Palacio Grassi, y también ironía pura y dura, como las figuras de personajes Disney que también se exponen entre algas como parte del tesoro. Así es Hirst. Podríamos definirlo como locura, fantasía, espectáculo, posverdad… o la mezcla perfecta de todas ellas que nos llevan a preguntarnos ¿cuál es la frontera entre la realidad y la ficción? O una pregunta aún mejor, ¿qué más da esa frontera?
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