Escapada a Leucate: larga vida al vino
'Territorios vinícolas sin fronteras'.

Mi última aventura empezó hace unas semanas con la ilusión de ir a descubrir Leucate, una comunidad francesa situada en Languedoc-Rosellón (en el sur de Francia), dedicada principalmente al cultivo de la vid y especializada en la elaboración de vins de pays (vinos de la tierra).
De esa zona me interesaba perderme entre las marismas, atracar algún puestecito de ostras suspendido encima del agua en Grau de Leucate y bañar esos días con “vino del terruño”.
Leyendo a Stanislaw Jerzy di con uno de sus pensamientos: Youth is the gift of nature, but age is a work of art. (La juventud es un regalo de la naturaleza, pero la edad es una obra de arte). Frente a frases que hacen referencia a la edad es casi imposible no hacer una comparativa con el paso del tiempo y la calidad, aún más si hablamos del vino. Éste ha sido un viaje de copas llenas, copas vacías, añadas tempranas y brindis añejos.
Lo que empezó con una escapada de fin de semana a un pueblo concreto se convirtió en una maravillosa ruta por el sur de Francia (muy cerca de la frontera con Cataluña). Y como lo de improvisar ya se me va dando más que bien, feliz de encontrarme frente a la incertidumbre.
Abreviar es de sabios. Bien pensado, quizás no, pero abreviando espero lograr no resultar soporífera. Por lo tanto, mi intención es conectar puntos relacionados con el mundo del vino (la mayoría de ellos vinos naturales y biodinámicos) para crear una ruta que pide ser recorrida sin prisas.
En Banyuls-sur-mer, la parada obligatoria es Les 9 caves. Tres casas rurales con el sello Gites de France que se encuentran encima de nueve bodegas. Un espacio dedicado al vino, a la degustación y al arte ubicado en un entorno muy acogedor.
De ahí salimos hacia Colliure. Antiguo pueblo de pescadores conocido por sus anchoas y por ser un lugar de inspiración para artistas como Matisse, Chagall, Picasso o Antonio Machado, cuya tumba se encuentra en el centro del casco antiguo. Además de visitar el centro histórico, el castillo, el faro o la capilla Saint-Vincent, la visita a la comuna francesa merece ser rematada con una parada en uno de estos dos restaurantes: Chez Syl Vins o La Cuisine Comptoir.
Quien prefiera salir de Colliure y comer en sus alrededores, tiene otros perfectos spots. L’Imprevue es el restaurante de Alma, un alojamiento enclavado en una cala natural de aguas cristalinas en la costa Vermeille. En él encontramos una cocina sencilla, local y familiar frente al mar. Otras opciones en los márgenes son Menje Ecaille en Argelès-sur-mer, Papeluxo en el pueblo de Saint-André o Le Maja en Jardins du lac.
Evidentemente, es inconcebible querer disfrutar de esta tierra de vino sin desembarcar en Perpignan. Allí hay dos templos que merecen ser visitados y mencionados: Baston y Taverna Sagí.
Empecemos con Baston. Allí nos recibe Bastien Beaudouin, artífice del proyecto y virtuoso del lugar. Él mismo nos explica que decidió abrir este lugar por lo bien que combinan la masa madre y el vino natural. Podríamos decir que éste es el reino del fermento en su mejor versión y acompañado de un ambiente animado durante cualquier día de la semana. Bastien nos sugiere empezar compartiendo dos o tres platos donde el protagonista es la verdura local, seguido de una pizza de masa madre. En nuestro caso la pizza fue la de tomate amarillo, burrata, anchoas del Cantábrico y albahaca. Aquello fue algo de otro mundo…¡Santa Madonna! Por decisión unánime, ésta pizza pasa al podio directo de las mejores pizzas que probadas antes. De masa ligera, con sabores equilibrados y texturas que se compensan. Un auténtico espectáculo.
Bastien tuvo el detalle de sugerirnos que acompañásemos los distintos platos con vinos diferentes. Gran acierto maestro. Su carta de vinos incluye 900 añadas, todas ellas cultivadas de forma biodinámica y ecológica por enólogos de toda Francia y “más allá”. ¿La fórmula parece sencilla verdad? Platillos de temporada, vinoteca y pizzas de masa madre. Detrás de este proyecto con un enfoque minimalista hay un gran equipo, mucho trabajo y gente al otro lado de la mesa que reconoce sus méritos.
Nuestra segunda incursión en la ciudad es Taverna Sagí. Con aires canallescos y mucho Cha cha cha ellos se definen como “bar de vinos finos y vermutería”. Ubicado en el número 3 de la Rue Fabriques d’en Nadal, este local propone distintos platillos para compartir o disfrutar solo a cualquier hora del día. Lo hacen de forma desinhibida pero con estilo. Orgullosa de su identidad, la pandilla de Sagí presenta su versión del aperitivo mediterráneo, el vermú. Un imprescindible y un clásico cuya fórmula es propia a la par que deliciosa.
Tras su recomendación, optamos por picar puerros avinagrados, anchoas, conejo frito con mostaza (estrella de la casa), raviolis de queso fresco y una selección de quesazos de la zona. No podíamos despedirnos de Francia sin tomar queso con vino. De nuevo, lo regamos con un vino natural de la zona que acompañó y redondeó la cena. La actitud del equipo y el callejón en el que se encuentra es parte de la gran magia del lugar. ¡Hasta pronto amigos!
Nos recomendaron un tercer lugar al que no pudimos ir pero que nos dejamos (super) pendiente para nuestra próxima visita a la ciudad. ¡Manat soñamos con volver pronto!
A las afueras, en Tautavel, encontramos El Silex, una opción aún más canalla con vinos también desenfadados, una oferta más democrática y mucha música de fondo.
Hasta ahora apenas hemos mencionado algún lugar donde dormir y hacer un alto en el camino. Chateau de Riell, ubicado frente las cimas nevadas del Canigó, en un pequeño valle salvaje de los Pirineos, es un hotel que hace gala de su exquisito exotismo entre pinos, adelfas y palmeras. Los sibaritas y los classy travellers disfrutarán de interiores barrocos, silenciosos rincones dónde leer y un entorno sublime sumergido en el Rosellón románico.
Quienes prefieran enfundarse en ropa deportiva y adentrarse en la naturaleza, por la zona se encuentran Orgues d’Ille-sur-Tet, unas verdaderas joyas minerales y formaciones rocosas clasificadas como lugar protegido. Unas auténticas curiosidades geológicas dignas de paisajes desérticos, casi lunares, que parecen venir directamente de otro planeta.
Finalmente, más hacia el norte, llegamos a Leucate. El primer objetivo, el último destino, la excusa del viaje y la recompensa final. Y en tierra de vino no podemos dejar de recomendar unos viñedos para visitar: Vignobles Cap Leucate. Su singularidad es ser, ante todo, un colectivo variado y un modelo cooperativo. Son más de 200 familias las que viven vinculadas a esta bodega, ya sea de forma profesional o cultivando pequeñas parcelas transmitidas de generación en generación. Un proyecto humano que respeta el medio ambiente y sus recursos que merece ser visitado sí o sí.
Quien se encuentre por esa zona y esté hambrienta, muy cerca se encuentra La Dame Jeanne. Un bar, restaurante y tienda de vinos con una oferta gastronómica local, de temporada, orgánica y una deliciosa selección de vinos, cómo no, naturales.
Si nos acercamos a la zona de la costa, junto a las imponentes marismas, encontramos las lagunas de Lecuate. ¡Finalmente! A lo largo del Grau, los ostricultores venden marisco que crían en las aguas del estanque en los criaderos de ostras. “Ostras huecas de carne fina y sabor a nuez”, nos indican los expertos. Degustar un plato de marisco directamente del productor es una experiencia en sí misma. Ostras, mejillones, almejas, erizos, gambas.. Esto sí que es comer directamente del mar a la mesa.
Durante el viaje vi que había largos caminos de carril bici junto a la carretera, a lo largo de las marismas, junto a las playas y caminos de piedra que se adentraban en el campo para llegar a altísimos acantilados y rodearlos. Esta vez el viaje no ha podido sobre dos ruedas pero si vuelvo en una época de menos calor es algo que me gustará hacer. Viajar lento. Cada vez más. Pura felicidad.
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